Hace pocos días, en una de estas manías que tengo, estuve leyendo sobre las distintas teorías con las que, los neurocientíficos, tratan de explicar la conciencia. Una de ellas, desde hace unos años, me viene llamando mucho la atención, es la llamada “teoría cuántica de la conciencia” (ORCH OR) y con esto en la cabeza, me fui a dormir. Ya de madrugada, me desperté con una pregunta y claro, qué mejor que ponerme a debatirla con ChatGpt. Esta conversación con la “máquina” es lo que ha inspirado este post.
La conciencia humana es un misterio que ha desafiado a filósofos, científicos y pensadores durante siglos. Como decía al principio del post, hace ya un tiempo me topé con la teoría Orch OR, propuesta por Sir Roger Penrose y Stuart Hameroff ya en los años 90 y desarrollada en los 2000. Esta teoría no solo reta nuestras nociones convencionales sobre la conciencia, sino que también ofrece un marco disruptivo para entender cómo nuestros recuerdos más profundos podrían estar almacenados y recuperados a través de procesos cuánticos en los microtúbulos de nuestras neuronas. Tremendo.
Lo propuesto es que, en lo más profundo de nuestras neuronas, hay unas reglas e interacciones cuánticas que pueden ser la clave última de la conciencia, de la mente y, en último término, de nuestro yo. Los microtúbulos, pequeños bastones estructurales dentro de nuestras células neuronales, parece que podrían ser capaces de mantener estados cuánticos coherentes—estados que son el corazón de la computación y la memoria cuántica. Estos estados son delicados, susceptibles a las influencias de su entorno que eventualmente llevan a su decoherencia, es decir, pasan de poder estar en varios estados al mismo tiempo (coherencia) y pasar a uno solo (decoherencia).
Y, esta propuesta, fue la que me provocó mi madrugadora pregunta: ¿y si el paso de un estado coherente a uno decoherente en los microtúbulos no fuera simplemente un proceso de deterioro por interacción con el medio, sino un mecanismo activo de registro de memoria? ¿y si, cada vez que un grupo de microtúbulos pierde su coherencia, podría estar efectivamente “grabando” un evento, una experiencia, o un pensamiento, transformando este evento cuántico en una memoria biológica estable y accesible?
Me resulta fascinante la posibilidad de que estos recuerdos, estas emociones, estos olores, estas sensaciones puedan ser recuperados. Considerando que el cerebro humano no es estático; está constantemente reaccionando a su entorno. Cuando nos encontramos en situaciones que reflejan, simulan o son semejantes a las condiciones bajo las cuales ciertos recuerdos fueron codificados—quizás a través de un aroma particular, un sonido, o incluso un estado emocional similar—estos podrían actuar como una clave que desbloquea esos estados cuánticos anteriores.
Más aún, si a esto le añadimos la cantidad de información que se podría “almacenar” en cada microtúbulo si funcionase como un qubit, la cantidad total de información que el cerebro humano podría teóricamente almacenar sería monumental, superando con creces las capacidades de los ordenadores modernos más avanzados. Con cientos de trillones de microtúbulos, cada uno potencialmente capaz de almacenar múltiples qubits de información a través de estados cuánticos, la capacidad total es prácticamente inconmensurable, expandiéndose a dimensiones que podrían alcanzar, teóricamente, más allá de los exabytes de datos.
Sé que esta línea de investigación que se abre con las preguntas planteadas es meramente especulativa y que la “teoría cuántica de la conciencia” aún está desarrollándose, pero el potencial transformador respecto a cómo se constituye nuestra conciencia, nuestro ser, nuestro yo me parece de un alcance y de unas consecuencias científicas, filosóficas y quién sabe si médicas, que creo merece la pena seguir investigando.
José Rosiñol CEO & Co-Founder